• 13 de abril de 2024

William Sill. Las facetas poco conocidas del hombre que entregó su corazón a Ischigualasto

William Sill. Las facetas poco conocidas del hombre que entregó su corazón a Ischigualasto

Una nota de Juan Carlos Bataller

Estuvo en San Juan William Sill hijo. “El Billy”, como le decían en San Juan cuando vivía con sus padres.

No hay dudas que Sill fue la persona que más lucho para que Ishigualasto fuera considerado patrimonio de la Humanidad. Aunque nació en los Estados Unidos se consideraba «sanjuanino», y antes de morir pidió que esa parte de su cuerpo descansara en el Valle de la Luna. Así lo concretó su familia en 2008, quedando sepultado en el Centro de Interpretación que lleva su nombre.

Billy vino la semana pasada porque 16 años más tarde el corazón de Sill se trasladó al ingreso del museo, dentro de Ischigualasto, donde se presentó un monumento en su honor. Lo acompañaron su esposa Kelly y sus hijos Noah y Sophia. “De nuevo volví a recorrer los sitios donde pasé mi niñez, me asombró el avance que ha tenido el Valle de la Luna con la ruta 150 y el centro de interpretación, le tuve que correr tres agujeritos al cinturón de mi padre por la cantidad de semitas, empanadas y asados que comí y hasta me di el gusto de llevar a mi familia a ver jugar a Boca en la bombonera y ver como mi hijo alentaba al equipo como un hincha más”, contó en el programa La Ventana.

Durante su permanencia en San Juan los Sill estuvieron acompañados por el periodista César Carmona, íntimo amigo de la familia. Precisamente, contó BilLy que a  finales del año pasado, Carmona le llamó diciéndole que había escrito el guión para una película sobre el paleontólogo pues tenía muchas horas de filmación, anécdotas y fotos que podían servir de base para un documental. “No sólo le dije sí, sino que decidí ponerme como productor ejecutivo», contó Billy.

Junto a las cenizas del corazón del paleantólogo, por Billy y su familia.
Billy Sill junto a su esposa e hijos y su amigo César
Carmona, en Ischigualasto

La presencia de Billy fue disparador de recuerdos en este periodista.

-Mi padre me habló mucho de ti y de tu trayectoria e incluso me contó que dejó en tus manos algo muy valioso que el llamó El diario de la dictadura-, dijo.

Es cierto. En los años 90 conversé muchas veces con William Sill.
El tema principal siempre era Ischigualasto.
Compartíamos conceptos sobre ese fantástico sitio y también la bronca de que los sanjuaninos no supiéramos sacarle provecho turístico a un lugar único en el mundo.
Incluso, en 1.998 habíamos compartido con William, Atilio Boggian, Saúl Saidel y funcionarios del gobierno de ese momento un viaje a Los Angeles con un objetivo preciso: contactarnos con empresas que se especializaban en la planificación de parques temáticos internacionales. Fue en aquel viaje que surgió la idea del Eco Park. Quiso la casualidad que durante los días que permanecimos en California me tocara compartir habitación con William.
En largas charlas fue mucho lo que aprendí de aquel hombre multifacético que si bien era famoso como paleontólogo y docente universitario, se apasionaba por otros temas que nada tenían que ver con la ciencia.

William Sill el día que entregó el manuscrito al autor de esta nota y anunció su viaje final a los EEUU.

Así me enteré que había nacido en un pequeño pueblo en el desierto de Nevada, que con el tiempo Ilegaría a ser visitado por 37 millones de turistas cada año, Las Vegas.
Supe también que había servido seis años en el ejército de los Estados Unidos, entrenado como comando y avanzado suboficial.
Me contó, además, que fue aviador comercial en exploración para uranio y transporte de pasajeros y cargas en aviones de la segunda guerra mundial.
Y como si estas historias fueran poca cosa, recibido de geólogo en la Universidad de Brigham Young, un día vino a la Argentina como misionero mormón y entró a trabajar en YPF en Luján de Cuyo.

Sill fue un referente calificado de la iglesia mormona.

Fue así como conoció a su “sanjuanina del alma”, la albardonera Nélida Salinas, con quien formó un hogar que le dio cuatro hijos y doce nietos.

Vuelto a los Estados Unidos cursó estudios avanzados, becado por la Universidad de Harvard, donde recibió el master y el doctorado en Geología y Biología, con especialidad en paleontología de vertebrados.

Continuó su especialización en Inglaterra, Alemania, Israel, Egipto y Sudáfrica, a la vez que realizaba expediciones en Kenya, Venezuela y Brasil. Tras esto se instaló nuevamente en los Estados Unidos como profesor e investigador en la Universidad de Yale, donde también sirvió como asesor de Parques Nacionales para creación de zonas protegidas en los Estados Unidos.

El día del casamiento de William con “la albardonera del alma”

Pero igual que una albardonera se le metió en el alma, un lugar le daría otro sentido a su vida: el Valle de la Luna.

Sí, el destino estaba escrito que William tenía que volver a San Juan. Y lo hizo en 1969.

Renunció como profesor de la prestigiosa Universidad de Yale y se quedó en nuestra provincia como profesor de paleontología en la Universidad Nacional de Cuyo primero y en la de San Juan después.

 Muchas fueron las cosas que charlamos aquellos días con Sill. Recuerdo que tan asombrado estaba yo por lo mucho que él había vivido que en una de nuestras conversaciones le dije:

—Pero… ¿hay algo que no hayas hecho, William?

Y la respuesta del paleontólogo quedó como un gran signo de interrogación en la noche californiana:

—Uhhh… Hay otras cosas que muy pocos saben y que algún día te contaré.

La familia Sill en San Juan, en los años ’70.

Pasó el tiempo y William peleó como un león para que el Parque lschigualasto —su parque— fuera declarado Patrimonio de la Humanidad.

La nominación la presentó en 1.999 en Paris, ante el comité de Patrimonio Mundial. Y el 2 de diciembre de 2.000 logró la designación por unanimidad a pesar de que hubo una objeción por considerar que el gobierno de San Juan no tenía la competencia suficiente para administrar un sitio de importancia universal. Su prestigio pudo más que la fama de nuestros gobernantes…

 Durante el 2.001 y el 2.002 vino varias veces por El Nuevo Diario. Ischigualasto siempre estaba presente.

—En el Banco Mundial hay dispuesto un subsidio de 1.200.000 dólares para construir el Centro de Interpretación en lschigualasto y hay 25 millones de dólares a muy bajo interés para los sanjuaninos y riojanos que quieran invertir en el desarrollo turístico de Talampaya y el Valle de la Luna. Inmediatamente haya un acuerdo de la Argentina con el FMI, los créditos se liberan. ¿Te imaginas lo que se puede hacer con ese dinero?

Otro día venía en su cuatriciclo –ya casi no podía caminar— y en medio de la descomunal crisis que vivía la Argentina en aquellos días nos decía entusiasmado:

—El 75 por ciento de los sanjuaninos puede llegar a vivir del turismo si transformamos Ischigualasto en un parque ecológico protegido, con la infraestructura adecuada. Pero así de poco nos sirve. ¿Vos sabés que el turismo de este tipo gasta tres veces más que el turismo normal? El gran drama es que la gente viene pero no tiene en qué gastar…

En el Valle de la Luna su lugar favorito en el mundo

 Llegó fines del 2.002 y en una de sus tantas visitas, mientras nos servían un café y como para no cambiar de tema le lancé una pregunta:

—¿Crees que algún día se concretará el sueño de un lschigualasto turístico?

—Yo siempre soy optimista. Si sin hacer nada crece cada año el número de visitantes extranjeros… ¿te imaginas cuando se hagan las inversiones necesarias?

William sonrió y dijo:

—Pero hoy no vengo a hablar de Ischigualasto. Te quiero anticipar que dentro de unos meses me voy de San Juan.

—¿Pero volverás?

—Hace 33 años que estoy ligado a Ischigualasto. Y ya se me hace imposible ir por mi estado físico. Con mi mujer vamos a radicarnos en los Estados Unidos y veremos si se encuentra algo que pueda devolverme la movilidad que rápidamente estoy perdiendo.

 El anuncio me tomó de sorpresa.

De pronto, aquella canción de Alberto Cortez, Cuando un amigo se va, adquiría un significado mucho más profundo.

William fue distinguido por su trayectoria por El Nuevo Diario en el año 2.000. Esta foto es de ese día.

Pero William me tenía reservada otra sorpresa.

—Recuerdas aquella noche en Los Angeles cuando me preguntaste qué no había hecho y te contesté que algún día te contaría.

—Sí, claro que me acuerdo.

—Bueno, la respuesta está en estas hojas.

Y Sill me pasó un paquete en papel madera atado con una piola.

—¿Puedo abrirlo?

—Sí, por supuesto. Pero el contenido sólo podrás divulgarlo después que yo muera. No quiero ser parte de juicios ni investigaciones.

 Abrí el paquete y había 30 hojas manuscritas en inglés, con un título muy sugestivo

“Journal of the military dictatorship – 1.976—1.979”

—¿Y esto?

—¿Viste la película “La lista de Schindler”?

—Sí, claro que la vi.

—Bien, yo he sido una especie de Schindler en San Juan durante los peores años de la dictadura. Pude ayudar a que muchos jóvenes, algunos alumnos míos, se salvaran de una muerte segura. De aquellos tiempos quedaron estos escritos. Te los quiero entregar como periodista y amigo. Pero te reitero: quiero que lo publiques sólo después que yo muera. El momento lo dejo librado a tu elección.

Juan Carlos Bataller en el Seminario Sudamericano realizado en Buenos Aires, donde habló sobre William Sill.

 El “Diario de la dictadura militar —1976—1979” fue traducido por mi nuera, Laura Inés Clavijo, y estuvo guardado hasta el viernes 1 de agosto de 2008, cuando el semanario El Nuevo Diario cumplió con el pedido que formulara el científico.  

Esta es la otra faceta de William, la faceta secreta, la que muy pocos conocían, la que yo conocí sólo el día que me entregó los escritos, la que se ocultaba detrás del profesor, el paleontólogo, el aviador, el misionero mormón, el hombre que le entregó su corazón a San Juan y a Ischigualasto.

Abrí el paquete y había 30 hojas manuscritas en inglés, con un título muy sugestivo: el Diario de la dictadura que escribió Sill y pidió se publicara luego de su muerte