- 14 de diciembre de 2024
Nuestros desarraigos

El desarraigo es una combinación de sentimientos encontrados.
Es una mezcla de angustias y esperanzas.
El ser humano, mis amigos, es un animal de pertenencias.
Necesita estar, integrarse, pertenecer.
Su esencia se conforma a través de sus sentidos.
Por eso sólo se alza íntegramente sobre sus pies cuando se impregna con sabores, olores, paisajes, idiomas y códigos que por origen o adopción, considera propios.
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En el mundo moderno, mis amigos, hay distintas formas de desarraigo.
Mucho se habla del desarraigo de los exiliados.
Pero, si miramos bien a nuestro lado también hay un grupo de personas que sufren este sentimiento sin ser exiliados.
El sentimiento de soledad en el viejo que debe vivir en un geriátrico es un ejemplo de desarraigo.
La pérdida de trabajo o de oportunidades por adultos que no pueden adaptarse a las nuevas tecnologías es otro ejemplo.
Los cambios tan rápido en hábitos y costumbres nos hacen sentir ajenos a la sociedad que nos cobija.
Los ojitos de los hijos de padres separados que volvieron a rehacer su vida también hablan de desarraigo –no siempre pero si a veces- cuando descubren que ahora tienen dos familias pero a ninguna la sienten como aquella original.
Los desarraigos de hoy no nacen de lejanías.
Nacen de la transitoriedad.
Las relaciones son frágiles, las ideas son coyunturales, las cosas no perduran, y los trabajos y las organizaciones son inestables.
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Es cierto.
Todos hemos sufrido o vamos a sufrir algún tipo de desarraigo. Y el desarraigo de esta modernidad es mucho más brutal que aquel que vivieron nuestros abuelos inmigrantes.
Porque aquellos abuelos tenían la capacidad de reconstruirse, venían con un proyecto, sabían qué perdían y que ganaban.
Vivian en un mundo donde las cosas estaban hechas para que durasen, en sociedades con vocación hacia lo permanente.
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Los desarraigos de hoy no nacen de lejanías.
Nacen de la transitoriedad.
Las relaciones son frágiles, las ideas son coyunturales, las cosas no perduran, y los trabajos y las organizaciones son inestables.
La inocencia de la niñez, la permanencia integrada en el hogar paterno, los matrimonios, los trabajos, los conocimientos, todo es más breve.
Este estilo de vida abreviado, origina un sentimiento colectivo de desarraigo porque se vive sobre una base vacilante donde las relaciones del hombre con todas las cosas son cada vez más cortas.
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Y es entonces cuando extrañamos aquellos tiempos cuando siendo niños nos sentíamos seguros en las rodillas del abuelo, sabíamos que nuestra madre estaría esperándonos con la leche al regresar de la escuela y pensábamos que el futuro pasaba por nuestra libreta de ahorro.