• 24 de agosto de 2024

Los dilemas de la clase media

Los dilemas de la clase media

Escribe: Juan Carlos Bataller

Primero fueron los inmigrantes que llegaron con sus sueños grandes y sus bolsillos vacíos. Algunos no conocían el idioma. Otros no sabían leer y escribir. Pero traían una admirable cultura del trabajo. Pronto estos trabajadores pasaron a ser contratistas y luego, con el fruto de su trabajo, se transformaron en propietarios.

Así llegaron a ser 15 mil los viñateros en San Juan, cuando la provincia apenas superaba los 300 mil habitantes.

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Pero además de los hombres de campo, llegaron toneleros, constructores, mecánicos, comerciantes, industriales, que traían sus oficios, sus técnicas, sus conocimientos.

Venían de distintas partes del mundo y San Juan –y la Argentina-, les brindaron la posibilidad de instalarse y convertirse pronto en empresarios. Algunos prósperos. Otros no tanto, pero todos duchos en el arte de pelearle a la vida

Así surgieron desde fabricantes de helados a bodegueros; desde elaboradores de dulce a panaderos. Y un comercio pujante que aumentaba sus ventas en los tiempos de cosecha.

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Ni siquiera el terrible terremoto doblegó aquel ímpetu formidable.

San Juan siguió creciendo, al extremo que la renta por habitante llegó a ser una de las diez más altas del país.

Aquellos padres semianalfabetos le dieron prioridad a la educación de sus descendientes. Y así surgieron hijos médicos, abogados, ingenieros. Así fue como se estructuró una sociedad que alcanzó su punto culminante en las décadas del 50 al 60.

Una sociedad predominantemente de clase media, una ancha franja que englobaba al médico pero también al maestro; al comerciante y al viñatero; al empleado de banco y al industrial.

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Fueron años de bonanzas, en los que entraba a la provincia dinero genuino, producto de los que producíamos y donde se generaba un movimiento de dinero envidiable.

Surgieron bancos de capitales sanjuaninos, diarios, cines, fuertes empresas de transportes. Y el Estado, pequeño en su número de agentes, realizaba obras públicas como nunca se vio.

Y así surgió un formidable tejido social donde predominaba la clase media.

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En algún momento no hace tanto pero si lo suficiente, eso comenzó a cambiar.

El viejo inmigrante murió, la tierra se fue dividiendo en su descendencia hasta quedar fuera de escala, el hijo y el nieto prefirieron los empleos de escritorio, se fueron perdiendo oficios sin que se recalificara la mano de obra, se extravió en algún recodo aquel ímpetu emprendedor.

Y es acá donde algo estalló.

Porque la clase media no es sólo una franja económica.

Es un sentimiento de pertenencia. Es una suma de valores a los que no se renuncia por tener más o menos dinero.

La clase media es el sueño de la casa propia con la parrilla para el asado dominguero. Es el auto más o menos modesto. Es el trabajo seguro y la posibilidad que los chicos estudien. Son las vacaciones, el celular, internet, la salida semanal y la cuota del club, la obra social y la jubilación asegurada.

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Y este es el gran drama de nuestros días.

Porque esa clase media es la que está hoy más desamparada.

Para ella no hay créditos ni planes de vivienda. Las obras sociales funcionan salteadas y reina el “plus” y las jubilaciones no alcanzan ni para remedios.

Para esa clase media, que no ocupa terrenos ni forma piquetes ni recibe ayuda estatal ni sale a robar ni sigue a punteros políticos, todo se hace hoy cuesta arriba.

Es la que debe renunciar a la televisión satelital o a Netflix, la que ya no puede sacar el auto por el precio de la nafta pero se le hace cuesta arriba el boleto del mcro. Es la que ya se olvidó de las vacaciones. La que se atrasó en el pago de la cuota del club y hasta de las expensas si vive en un edificio.

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Pero hay algo más grave: esa clase media es la que tiene ante sí un oscuro futuro laboral en un mundo donde cada día será más influyente lo tecnológico.

Aquel hijo de inmigrante que quizás a lo sumo llegó a ser bachiller, tenía posibilidades en el mundo laboral que le permitían una vida digna.

Pero es indudable que hoy estamos en tránsito hacia un mundo nuevo y es difícil prever como será ese mundo donde aparecen términos novedosos como inteligencia artificial, globalización, trabajo a distancia…

Seguramente aparecerán cientos de oficios,

La minería dará trabajo a obreros mineros y las obras públicas y privadas a obreros de la construcción.

Pero cada día habrá más máquinas trabajando. Hasta las cámaras robóticas con un guardia pueden controlar la seguridad de un barrio cuando antes hacían falta diez trabajadores.

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Es entonces cuando las preguntas se amontonan.

¿Hasta donde el comercio electrónico seguirá creciendo en desmedro de la tiendita del barrio?

¿Seguirá el Estado dando trabajo a miles de profesionales muchos innecesarios -o ha llegado la hora de hacer las cuentas con la realidad? ¿Cuál es el futuro de la enseñanza en todos los niveles tal como hoy la conocemos?

¿Vamos hacia un mundo de trabajo a distancia en el que competirán todos contra todos?

Y si la respuesta es que estamos en víspera de un gran cambio, preparémonos para enfrentarlo.

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Muchos jóvenes se están preparando para ese mundo que viene.

Pero de pronto la información dice que la prueba PISA  de Matemática realizado por el Observatorio de Argentinos por la Educación ha demostrado que solo uno de cada cuatro estudiantes argentinos de 15 años puede resolver un ejercicio que requiere aplicar la regla de tres.

Y, claro, eso no ocurría hace treinta años cuando los chicos salían de la escuela primaria sabiendo leer, escribir y hacer las operaciones básicas de matemática.

Cuidado. El mundo tecnológico no espera a los que caminan más lento.

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Y surgen otras informaciones preocupantes como los miles de postulantes cada vez que se hace un concurso para cargos en la Justicia o en el Estado o la universidad.

No es fácil conseguir un buen trabajo.

En una semana se recibieran 20.350 curriculums de postulantes de diversas provincias a la convocatoria de la empresa encargada de la obra del Tramo II de la Ruta 40 Sur.

Ya el Estado no puede seguir absorbiendo empleados que no necesita. Las universidades han agotado sus posibilidades de incorporar docentes. Los legisladores no necesitan decenas de “asesores” ni es lógico que la biblioteca del Congreso tenga más de mil empleados.

Tal vez el futuro no pase sólo por más cárceles, más piquetes, más ajustes…

Quizás sea hora de entender que cuando se hunde un barco quién logra aferrarse a una tabla es simplemente un náufrago.