- 12 de octubre de 2024
Las pequeñas cosas

“Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas
Lo mismo que un árbol que en tiempo de otoño, se queda sin hojas”
A veces, cuando un amigo, un hermano, un hijo prepara las valijas en busca de mejores climas, la canción de las simples cosas nos sale al encuentro.
Los argentinos somos todos guerreros de regreso. Y sabemos, sí, vaya si lo sabemos, que estas guerras las hicimos con la piel.
Por eso, a veces sólo queda el cuerpo mientras el pensamiento vuela en otros cielos. Son síntomas de estos tiempos de exilios.
Hay exilios hacia afuera y exilios hacia adentro. Pero siempre son exilios. Dolorosos destierros. Tembladeral de raíces, que añoran otros climas.
Es el cansancio del guerrero que está de vuelta. No para contar batallas ganadas o batallas perdidas.
Simplemente está de vuelta y no es el mismo.
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Vimos pasar como un torbellino patrias metalúrgicas, patrias militares, patrias montoneras, patrias democráticas, patrias financieras… mientras nos farreaban un país.
¡Venimos de tantos regresos!
Nos cargaron de patrioterismos, de ideologías, de populismo. Y después querían vaciarnos para llenarnos de apoliticismo, de moralina y asepsia. Y en medio de eso nuestra piel.
Nada menos: nuestra piel.
Hoy se instauraba el orden con los fusiles, mañana la democracia con el voto, pasado la eficiencia por decreto y a la mañana siguiente la especulación como hábito de vida. Un año el negocio era tomar créditos de los bancos y al siguiente los bancos se quedaban con tractores, propiedades y hasta honores.
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Han pasado tantas cosas en estos años! Mientras el país se empobrecía y las fábricas cerraban, ocurría de todo y no cambiaba nada. Se llenaban las plazas para festejar la guerra y se volvían a llenar para pedir por la paz.
Así, siempre: entre dos fuegos.
Un día nos prometían un país con bombas y luchas clandestinas y al siguiente otros nos reorganizaban con secuestros y torturas.
Hemos discutido hasta el hartazgo sobre el Estado, el capital extranjero, la justicia social. Mientras, la economía se paralizaba.
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Pintamos las luchas del mundo en cada pared. Fuimos militantes de luchas ajenas, mientras se cerraban las fábricas y se llenaban las oficinas públicas de hombres y mujeres que todos los días escuchan un despertador a las 6 de la mañana, para luego, desde un mostrador o un escritorio, ver pasar la vida con un alma que no milita.
Hasta llegar a pensarse exiliados en el propio país…
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Argentina potencia, inflación cero, patria productiva, con la democracia se come, hay que pasar el invierno, somos derechos y humanos, Malvinas, el Beagle. Caudillos con y sin multitudes, afiches con rostros sonrientes, adustos uniformes. Y en el medio, siempre, nuestra piel. Y también las caras eternas de los fariseos, admiradas por los camaleones, disfrazadas hoy de metalúrgicos, mañana de libreempresistas, pasado de democráticos o progresistas…
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Y acá estamos.
Buscando la salvación individual, mientras caminamos mirándonos la punta de los zapatos.
Por eso a veces el pensamiento vuela y el cuerpo queda.
Porque somos guerreros de regreso y necesitamos imperiosamente un país que nos ayude a vivir. Un país que no puede ser otro que el nuestro. Ya no nos quedan sitios para el exilio. Ni afuera ni adentro. Ni nos queda aire para otra guerra…
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Tal vez sea el momento de las cosas pequeñas.
Hay tanto por hacer, tanto por ordenar, tantos sueños por cumplir, tanta mugre por desalojar.
Tal vez sea hora de sepultar recetas mágicas, ideologismos, sectarismos, soberbias, energías dispersas en luchas extrañas y estériles.
Tal vez.