- 8 de febrero de 2025
La expulsión de los jesuitas

- El 13 de marzo de 2013, el cónclave de obispos reunidos para elegir al sucesor de Benedicto XVI eligió al nuevo papa. Por primera vez en la historia el elegido jefe de la Iglesia era un hombre venido del hemisferio sur, el argentino Jorge Mario Bergoglio quién adoptó el nombre de Francisco, en honor al santo de Asís.
- Bergoglio no sólo venía del sur sino que fue el primer papa jesuita.
Por eso, la elección tuvo un gran significado para la Iglesia y representó un cambio muy marcado en la dirección del catolicismo.

Para entender ese significado hay que recordar que el 2 de abril de 1767 Carlos III expulsó a los jesuitas acusándolos de instigadores de los últimos motines ocurridos en España.
Los miembros de la Compañía de Jesús, conocidos popularmente como los jesuitas era la mayor orden religiosa de todo el mundo, con más de 10.000 sacerdotes ordenados por todo el planeta, muchos de ellos en las misiones, sobre todo en América. Su fundador fue San Ignacio de Loyola a principios del siglo XVI. Esta congregación ha mantenido a lo largo de los siglos una gran lealtad al papa de Roma, un hecho que propició su persecución durante la época de la Ilustración.
>>>
La operación organizada para expulsar a los jesuitas de España se llevó a cabo en el mayor de los secretos para evitar que los nobles simpatizantes de la compañía pudiesen protestar ante el rey.
Primero en Madrid, y luego en el resto de toda España, en apenas 48 horas las casas de esta congregación fueron clausuradas según dictaba una carta real que los acusaba de perturbar el orden público.

La expulsión tuvo un impacto significativo en la historia de la Iglesia católica y en la configuración de las relaciones entre la Iglesia y los estados en Europa y América Latina.
El 2 de abril de 1767 las 146 casas de los jesuitas fueron cercadas al amanecer por los soldados del rey y allí se les comunicó la orden de expulsión contenida en la Pragmática Sanción de 1767 que se justificaba: por gravísimas causas relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia de mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias que reservo en mi real ánimo, usando la suprema autoridad que el Todopoderoso ha depositado en mis manos para la protección de mis vasallos y respeto a mi Corona
Fueron expulsados de España 2641 jesuitas y de las Indias 2630. Los primeros fueron concentrados y embarcados en determinados puertos, siendo acogidos inicialmente en la isla de Córcega perteneciente entonces a la República de Génova.
Pero al año siguiente la isla cayó en poder de la Monarquía de Francia donde la orden estaba prohibida desde 1762, lo que obligó al papa Clemente XIII a admitirlos en los Estados Pontificios, a lo que hasta entonces se había negado.
Allí vivieron de la exigua pensión que les asignó Carlos III con el dinero obtenido de la venta de alguno de sus bienes.
Finalmente, acabaron diseminados por Bolonia y Rávena. Muchos de los curas de la Compañía de Jesús acabaron trabajando en Roma para obispos y cardenales.


La expulsión de los jesuitas de España y sus colonias fue un proceso complejo que involucró a múltiples actores y motivaciones políticas, religiosas y económicas.
La presencia jesuítica en San Juan
es San Juan. Tanto en lo económico como en lo educativo la expulsión de los religiosos representó un gran atraso.
Pero vamos a la historia.
En el mes de agosto de ese año de 1767 llegó la orden de expulsión a Santiago, Capital de la Capitanía General de Chile de la cuál dependía la provincia de Cuyo. Por un decreto del rey Carlos III se aisló inmediatamente a los religiosos y se comenzaron a hacer los inventarios de sus bienes a fin de reasignarlos a otras órdenes religiosas, rematarlos, arrendarlos o venderlos según el caso.
San Juan no fue la excepción. En pocos meses se procedió a realizar el inventario, tasación y remate de las principales haciendas de los jesuitas que eran la estancia de Guanacache y las viñas de Puyuta, San Javier y la vecina a la Residencia en la misma ciudad de San Juan. Según la documentación de esa época los encargados de realizar estos procedimientos eran el Lugarteniente Corregidor de la ciudad de San Juan, Maestre de Campo don Clemente Salinas y Cabrera, y el Lugarteniente de Oficiales Reales, Mestre de Campo don Pedro Pablo de Quiroga.

Los jesuitas se van de San Juan y sacan a remate sus cuantiosos bienes. Al fondo la primera catedral, obra de la Compañía de Jesús.
Los jesuitas se van de San Juan
Cuenta la historiadora Leonor Paredes de Scarzo en una excelente nota aportada por la autora a la Fundación Bataller que “el gobernador de Chile, Antonio Guil Gonzaga, por medio de una nota del 11 de agosto de 1767, comunicó al Maestre de Campo Lugarteniente Corregidor, Cabo y Gobernador de las armas de San Juan, don Clemente Salinas Cabrera, para que aprontara la milicia.
El dia 25 de agosto, a las 14 horas, solo en su habitación, Salinas Cabrera debía abrir un sobre cerrado y sellado imponiéndose en el mayor de los secretos del contenido. Si transgredía en algo las instrucciones, se le daría como castigo la perpetua privación de su empleo. Salinas Cabrera abrió el sobre con las instrucciones y echó mano a la tropa para dar cumplimiento a las órdenes recibidas.
El 26 de agosto, a las 5 de la mañana, acompañado por don Pedro Jofré, el sargento mayor Lucas Robledo, el capitán Luis Benegas, Don Antonio Zalazar y Francisco Pereira, más la soldadesca, se hizo presente a las puertas de la Residencia.
Los padres, todos reunidos, escucharon silenciosamente la lectura del Real Decreto. Inmediatamente comenzó el inventario de los bienes. La comisión ordenó al vecino Juan José Amigo, vecino de Santa Fe, y a Juan José Landa, para que aprontaran tres carretas y un carretón. El costo de las primeras fue de 110 pesos y de 120 la segunda.
El 4 de septiembre salieron los padres de la Residencia hacia la ciudad y puerto de Buenos Aires. Lo hicieron vía Mendoza, a cargo de Juan de Chagaray. Para gastos del viaje se le dieron 200 pesos. Por seguridad fueron acompañados por doce soldados; el cabo ganaba 80 pesos y 16 cada uno de los soldados.
Quedó solo en San Juan el Superior de la Residencia, el padre Nicolás Díaz, quien tenía que estar presente cuando se realizaron los inventarios. Recién el 18 de noviembre salió rumbo a Buenos Aires, llegando allí el 21 de enero de 1768, llevado por José Artazoa.
Los jesuitas del interior empezaron a llegar en grupos sucesivos a la Casa de Ejercicios de Belén, en Buenos Aires, donde permanecieron a la espera de un buque que los llevara a Europa. Para ello se acondicionó una fragata de guerra, que partió a fines de abril de 1768, con 151 jesuitas a bordo. Dos de ellos tallecieron en el viaje. Entre ellos —dice André Millé— iban ‘Muchos hombres ilustres que honran los anales de la ciencia y de la técnica”.
Perseguidos, calumniados y hasta olvidados, en su largo peregrinar sufrieron toda clase de privaciones, como se puede inferir al consultar las cartas que enviaron a sus parientes y amigos.

El destino de las temporalidades
Las alhajas de las iglesias de San José y de los Desamparados, más los ornamentos, escrituras, testamentos, libros de fábrica de las iglesias, de gastos-compras, fueron acondicionados en petacas con llave y entregadas al Prior del Convento de San Agustín, Fray Bartolomé Albarez de Sotomayor, que los llevó a Santiago de Chile para entregarlos a la Junta de Temporalidades.
Los esclavos pequeños fueron separados de sus padres y entregados a diferentes familias. Los mayores fueron tasados en 1772 y vendidos al mejor postor.
Los otros bienes debían salir a remate luego de hacer tres pregones y publicar el avalúo.
La Residencia fue entregada interinamente a los franciscanos; la Escuela de Primeras Letras fue cerrada. La hacienda de Puyuta, molino, bodega y viñas con 12.673 cepas se puso primero en arriendo anual de 500 pesos, y luego se vendió a don Rafael Morales en 10 mil pesos. En julio de 1772, Morales la vendió en 11.500 pesos.
La hacienda de San Javier fue tasada en 3.696 pesos y se le entregó a don Luis Espinosa. Las tierras de sembradío de Ullum se entregaron a los señores de la Junta Central. Finalmente, la Hacienda y Casa de Ejercicios con el molino se le entregó a don Pedro Frías y la estancia de Guanacache se le alquiló a don Pedro Bustos en 115 pesos anuales.
Las temporalidades incluían bienes y esclavos
Explica Paredes de Scarzo que se daba el nombre de temporalidades a todos los bienes raíces y semovientes, incluidos los esclavos, de los cuales se incautó la autoridad civil, al expulsar a los jesuitas. Estas eran las siguientes:
– Iglesia de San José, luego Catedral de San Juan de Cuyo, con sus joyas y ornamentos.
– Edificios de la Residencia, escuela, casas donde vivían los esclavos (toda la manzana frente a la plaza).
– La hacienda de arriba o de Puyuta, sus viñas y molino.
– La iglesia de la Virgen de los Desamparados.
– La hacienda y Casa de Ejercicios.
– La Estancia de Guanacache o de Los Padres, con ganado caprino, ovino, vacuno y caballar.
– Tierras de sembradío en Ullum (trigo y hortalizas).
– Tres hornos de ladrillos.
– 112 esclavos que vivían con sus familias.

Según estimaciones históricas, en el momento de la expulsión, la Compañía de Jesús tenía alrededor de 22.000 miembros en todo el mundo, de los cuales:
– 12.000 eran sacerdotes jesuitas
– 6.000 eran hermanos coadjutores (laicos que ayudaban en la gestión de las propiedades y actividades de la orden)
– 2.000 eran novicios (miembros en formación)
– 2.000 eran estudiantes jesuitas (que estudiaban en las universidades y colegios jesuitas)
Las consecuencias de la expulsión
Los Jesuitas en general fueron los primeros geógrafos, astrónomos, botánicos, zoólogos, historiadores, médicos, arquitectos, bodegueros. Etc… No había ningún campo del saber humano que no tuviera sus especialistas. Fueron los primeros en fundar escuelas y universidades.
De acuerdo a la documentación consultada, la mayoría sintió pena traducida en un entrañable dolor cuando se expulsaron a los jesuitas de San Juan. Otros, como los encomenderos, se alegraron, pues los padres estaban en contra de la explotación y entrañamiento de los indios que se hacía hacia Chile.
Al ser expulsados de todos los dominios españoles, se atacó el corazón mismo de la Iglesia, pues la Compañía era la columna más firme del Papado en San Juan. El tejido social se resintió, pues se anularon las relaciones mutuas de los misioneros con el pueblo en todos sus niveles.
Durante el tiempo que estuvieron en San Juan, no sólo difundieron el Evangelio. Los jesuitas abrieron la primera escuela, que funcionó frente a la plaza, “que tenía como pizarrón un tablón, dos palos largos que servían de asiento y dos bancos clavados”. Enseñaron la elaboración de vinos y aguardientes, el laboreo de la tierra e introdujeron especies de vid, olivos y citrus.
Lo mismo sucedió con los trabajos en la tierra, bodegas y demás, trabajo compartido en un esfuerzo múltiple por diferentes personas que unían su capacidad de trabajo bajo la mirada comprensiva de los padres. Todas las haciendas sufrieron un deterioro según informan los documentos, siendo que antes se desarrollaron hasta el nivel de producción de excedentes.
Con respecto a las artesanías, enseñaron la forma de practicarla de manera utilitaria mediante la fabricación de vasijas, velas, cordeles, cortinas, jabón, etc. Además elaboraron una farmacopea con elementos de la naturaleza para remediar los males del cuerpo.
San Juan perdió importantes arquitectos Baste recordar la Iglesia de San José, luego Catedral de San Juan, destruida por el terremoto de 1944. Es decir, que no sólo transmitieron la doctrina cristiana, sino que en todas partes llevaron conocimientos indispensables para la vida.
En el San Juan de entonces se apagó un foco de luz, porque se cerró la Escuela de Leer y Escribir, fundada en 1712.

Fuentes:
Leonor Paredes de Scarzo
Hanisc A. Historia de la Compañía de Jesús en Chile. Santiago, Fco de Aguirre, 1974.
Konetzke. R. América Latina II. La época colonial. Madrid m, siglo XXI, 1971.
Diccionario Enciclopédico Espasa, Madrid, Espasa-Caipe, 1989.
Archivo Provincial de Catastro San Juan.