- 1 de marzo de 2025
La botella del náufrago

Hace algún tiempo, un amigo me preguntó:
-Para qué escribis libros si ya la gente no lee?
El argumento era válido.
Quiero aclararles que estoy seguro que ningún libro va a cambiar al mundo.
Los libros no son elíxires mágicos que espantan las penas, agrandan los bolsillos o hacen crecer el cabello.
Tampoco evitan que los políticos sigan en su mundo privado, que algunos sindicalistas ostenten fortunas, que los docentes se quejen de sus sueldos o los jubilados se suiciden de angustia.
Son simplemente la comprobación de un hecho nuevo. No por insólito o inédito sino porque siempre que se produce es nuevo.
Y es el hecho de la comunicación más íntima. El milagro de la comunicación que, en un mundo masificado, se sigue produciendo a través de un libro, de una charla, de una carta.
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Ocurre que a nosotros, habitantes de la ciudad, el mundo se nos fue agrandando. Se nos transformó en una gran aldea, poblada de urgencias, de ruidos, de elementos de confort, de peligros y de miedos.
Quizás no llegamos a advertir que mientras nos sentamos frente a un televisor para ver en vivo, en directo, en colores y con sonido estereofónico, las palabras del Papa en la Plaza San Pedro, el partido entre el Real Madrid y Barcelona, la invasión a Ucrania o los telejuegos de las ocho de la noche, nada sabemos —ni nos interesa— quién es y qué hace nuestro vecino o porqué una lágrima rueda a veces por la mejilla de un amigo.
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Hoy todo es masivo. Lo que vemos nosotros por una pantalla de 14 o 100 pulgadas si quiere, lo están viendo en el mismo instante millones de seres.
El tik tok se reproduce en cientos de millones de jóvenes y no tan jóvenes.
Y los desnudos de la actriz veterana no sólo desafían a Instagram sino que cosechan millones de seguidores que no tenía cuando era joven.
Lo importante es que el mensaje llegue a muchos y a cada uno de nosotros, espectadores al fin, eternos compradores.
Lo importante es atraer la atención.
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Mi amigo tiene razón: proporcionalmente es una minoría la que lee en libros de papel.
Pero pese a todo, se siguen escribiendo libros.
Se siguen editando semanarios que sólo una parte de la población lee.
Continuamos escribiendo artículos que llegan a mucha menos gente que las canciones de LGante.
Nada de eso competirá con el rating de los cocineros o el futbol europeo. No modificarán nuestras pautas de vida ni despoblarán asilos ni evitarán que los chicos prefieran las canciones en inglés.
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Pero… ¿sabe qué pasa? Los libros están hechos para cada uno de nosotros.
En este mar inmenso que es hoy la comunicación, son la botella que lleva el mensaje de un corazón náufrago.
Y bastará que alguien la recoja —sólo uno— para estar justificados.