- 13 de julio de 2024
Cambia, todo cambia

Cambia, todo cambia. El pesimista dirá que cambia para peor.
Y expondrá sus razones: vivimos en un mundo más inseguro, aumentan las desigualdades sociales y entre países, aparecen nuevas enfermedades, la gente se aísla, se pierde el concepto de solidaridad, se modifican pautas morales lo que afecta a algunos sectores…
Todo eso es cierto. Al menos lo es desde la óptica de los pesimistas.
Pero de pronto volvemos en el tiempo cuando despuntaban los años 70 y entra en escena un joven de 20 años que se iniciaba en el periodismo.
Y surgen las comparaciones.
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Porque aquel joven tenía como instrumentos de trabajo una libreta de apuntes y una máquina de escribir.
-Escribí 40 líneas-, decía el secretario de redacción al encargar una nota.
Y allí íba el novel periodista, con sus apuntes.
La propia observación y algunas instancias oficiales o de instituciones, eran la única fuente de consulta.
Los archivos sólo guardaban fotos y sólo los grandes diarios nacionales poseian archivos abarrotados de recortes, sobres y papeles…
Los errores al escribir se tachaban con incontables XXXX y si los tachones eran muchos el corrector más de una vez exigía:
-Pasame esto en limpio para poder corregirlo.
Y había que escribir todo de nuevo.
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Un gran problema de ese pasado cercano eran las comunicaciones.
San Juan tenía 20 mil líneas telefónicas. Y había miles de personas esperando por una. Era tanta la demanda insatisfecha que cuando se alquilaba o vendía una casa, se agregaba como atractivo definitorio un dato clave: “cuenta con teléfono”.
Pero no sólo faltaban teléfonos.
Para hablar a Jáchal o a Caucete había que pedir larga distancia a la compañía. Y la conexión podía demorar cinco minutos o media hora.
En los años 70 y 80 ese entonces joven periodista fue corresponsal de Clarín, primero en San Juan y luego en Roma. Buena parte de su vida la pasó junto al teléfono, esperando la comunicación con Buenos Aires que a veces demoraba dos o tres horas. Cuando la conseguía, grababa la información que luego “levantaba” en Buenos Aires un operador.
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El trabajo periodístico era sólo una parte del trajín de un diario.
Las noticias de afuera llegaban por telex, las fotos por radiofotos y en aquel mundo en blanco y negro, con olor a plomo y tinta, el personal gráfico era una parte fundamental de la hechura del periódico.
Un mundo del que han desaparecido muchos oficios que lo caracterizaban, como el de los tipógrafos, linotipistas, grabadores, laboratoristas fotográficos. Y donde términos usuales han dejado de tener significación para las nuevas generaciones. ¿Quién sabe hoy qué significan palabras como corondel, regletas, lingotes, galeras, orlas, matrices, picas…?
Un mundo donde el tipómetro era la vara de medida y el cícero la unidad.
Aquellas palabras, la mayoría de origen latino, han sido suplantadas por otras, de origen anglosajón y comunes a muchas profesiones como caracteres, hardware, software, bit, URL, JPG, servidor…
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De pronto aquel joven periodista de los años 70 está hoy ante un ordenador.
Corta, pega, rehace, archiva, consulta a través de internet, utiliza el autocorrector, arma sobre la página. A través del telediscado se comunica en el acto con cualquier lugar del mundo.
Ese periodista de hoy viaja con su escritorio a cuesta y con todos sus archivos guardados en el tamaño de una notebook o un teléfono que además transporta su música, sus fotos familiares y el archivo de todo lo que ha escrito en los últimos veinte años.
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Pero además, a través de esa misma notebook y por medio de Internet, puede ver desde 12 mil kilómetros de distancia lo que sucede en cada oficina del periódico, escucha las radios de San Juan, lee los diarios digitales de todo el mundo y hasta puede ver en Singapur o Bélgica, la televisión de su provincia.
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Esa misma computadora, del tamaño de un portafolios, le permite bajar películas, ingresar al museo del Prado en Madrid, reservar una habitación en un hotel de Beijing o sacar los pasajes para un vuelo Tokio-Praga o las entradas para ver el Bolshoi el 17 de mayo en Moscú o asistir al estreno de una ópera en la Scala de Milán.
A diferencia de aquel joven periodista de los años 70 que sólo podía escuchar los partidos de fútbol en los relatos de Fioravanti, hoy ve en directo los encuentros de las más importantes ligas del mundo, las carreras de automovilismo, el tenis y hasta los partidos de golf.
Con sólo apretar algunas teclas su ordenador le traduce materiales escritos en otros idiomas, las fotos digitalizadas las toma él mismo y las envía a su redacción desde cualquier sitio del universo.
Lo más importante: ya su lugar de trabajo es el mundo o su propio hogar.
Todo esto lo han posibilitado las computadoras y las comunicaciones.
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¡Qué quiere que le diga!
Podemos ver el vaso medio vacío o el vaso medio lleno.
Pero estos cambios que experimentó un periodista a lo largo de su carrera, también los ha vivido el médico, el arquitecto, el ingeniero…
En los próximos años los va a vivir cada día más el docente, el alumno, el jubilado, el hombre y la mujer.
Será un mundo distinto.
Para los pesimistas, será peor.
Perdonen que discrepe. Para aquel joven periodista de los años 70 que hoy sigue en su oficio, ¡esto es una maravilla!